Torremilano y la peste de 1650 y 1680-1682

En 1650 la peste se extendía por Córdoba y toda Andalucía y amenazaba con expandirse por los Pedroches. En la calle Empedrada de Añora falleció una viuda y sus dos hijas. La casa fue clausurada pero las personas que las asistieron y amortajaron quedaron contagiadas y hubo que confinarlas en un molino en la dehesa de la Vera junto al Guadarramilla. Allí falleció alguna de ellas.

En marzo la enfermedad llegó a Torremilano. Gaspar Rodríguez Ollero, con casa en la calle del Cerro, llevó una carga de ajos a Córdoba “por codicia de venderlos bien” y, en el dinero obtenido y algunas prendas, trajo la terrible enfermedad. Ocultó el dinero y las prendas en un paño de cama de su nieta y ésta falleció. En los siguientes días se contagiaron todos los miembros de la familia y los vecinos que tuvieron contacto con ellos o con los bienes que fueron sacando de la casa. En pocos días existía un foco en la calle del Cerro con más de cuarenta afectados y más de una veintena de fallecidos.

Las autoridades, encabezadas por el corregidor, silenciaron administrativamente la epidemia pues en ello les iba la credibilidad y la supervivencia económica. Una villa declarada de peste sufría un bloqueo total durante dos meses. Torremilano contaba con más de 800 vecinos y unos 6.000 habitantes según declaraciones de los afectados. Naturalmente, tomaron medidas estrictas, pero en secreto. Un mes después, en abril, el Superintendente para el Contagio, desde Almodóvar del Campo, exigió aclaraciones y una investigación sumaria. El cordón sanitario se extendía desde el extremo oriental de la provincia actual de Ciudad Real hasta Hinojosa.

Cuando las autoridades, el médico y el cirujano de la villa (Andrés de Montesinos y Juan Martín Cortés) emitieron finalmente sus informes, a finales de mayo y principios de junio, el contagio parecía estar superado. Hablan de tumores, calenturas y otros síntomas propios de la enfermedad, pero nunca utilizan el nombre de peste, lo ignoran e incluso pretenden convencer con subterfugios de que no ha habido tal.

Resumimos a continuación algunas de las alusiones realizadas en el informe por el cirujano Juan Martín Cortés:

Que, por el mes de marzo próximo pasado, a los 23 días fue llamado en la calle que llaman el Cerro en el medio de la cuesta para que visitasen a una muchacha hija de Pedro Ruiz el herrero y su mujer Ana Fernández que tenían su casa en dicho cerro con Gaspar Rodríguez Ollero y Ana Fernández su mujer, a la cuál halló ya difunta dicha muchacha.

Y después, dentro de 8 días fue llamado en casa de dicho Gaspar Rodríguez Ollero, que es en el Cerro como va dicho, para que visitase a la dicha Ana Fernández, su mujer, y que tenía 80 años poco más o menos de edad y que había estado muy enferma. Y falleció.

Y dentro de otros cuatro días fue llamada por el dicho Gaspar Rodríguez en dicha casa y Cerro, al cual le halló con una calentura continua y una modorra; le hizo descubrir en la cama y le miró muchas partes del cuerpo, ingle y debajo de los brazos para ver si tenía algún tumor o hinchazón; murió a siete días.

A Bartolomé Herruzo que vivía en dicho Cerro, lo curé de un dolor de costado y un tumorcillo que tenía debajo del brazo derecho y con una calentura continúa de que murió al seteno día.

Y así mismo en el dicho Cerro visitó a Alonso Pérez Roque, yerno del dicho Gaspar Rodríguez, el cual tuvo un tumor en la ingle izquierda y una calentura continua de que al séptimo día murió.

Y por estar su mujer recién parida, apasionada de la muerte de sus padres y marido se le murió la criatura.

Y así mismo visitó a Ana Fernández, mujer del dicho Pedro Ruiz e hija de Gaspar Rodríguez que vivía junto a la calle del Cerro, linde, con los corrales de las casas de sus padres, la cual estaba preñada de ocho meses y mal parió y tuvo un tumor debajo del brazo derecho y una calentura continua y murió al quinto día.

Y dentro de ocho días fue llamado y visitó a Pedro Ruiz, su marido y yerno del dicho Ollero, que murió entristecido de la muerte de su mujer, suegros y dos niños pequeños que tenían.

Y así mismo en el Cerro visitó a María Corchada, viuda, la que tuvo un tumor en la ingle izquierda, con una calentura de la cual murió al séptimo día.

Y en el dicho cerro visitó a María Salada de una calentura continúa y de ella murió.

Y así mismo visitó en el mismo Cerro a Juan Díaz de un tumor que tuvo en una de las vejigas y con calentura continúa y habiéndole sangrado se soltó la sangre una noche y amaneció muerto.

Y así mismo en dicho Cerro visitó a María Díaz, mujer de Pedro Díaz Navajón, preñada de siete meses, y tuvo un tumor en una ingle con calentura continúa y luego que parió al séptimo día murió y también la criatura que nació.

Y así mismo visitó junto al dicho Cerro, y en la esquina de ella, a la mujer de Diego Alonso, preñada de 8 meses y con otro tumor y calentura de la cual al quinto día murió.

Y así mismo visitó a Miguel Vargas, allí vecino, el cual tuvo un tumor en la ingle y calentura continua de la cual al séptimo día murió.

Y así mismo en el dicho Cerro han muerto seis o siete muchachos enfermos de calentura o del dicho mal de tumores y calenturas.

El informe de los facultativos prosigue con la relación de personas que han conseguido superar la enfermedad. Y finaliza con la siguiente afirmación:

Y no hay otros ningunos enfermos por haber puesto mucho cobro en quemar todas las alhajas que han parecido haber sido causa de pegarles dicho mal y la ropa de las personas infectas y separación de las que la comunicaron y asistieron y guardas que se han puesto de todo cuidado en la dicha calle del Cerro para que no se comuniquen con las demás gentes, con lo cual se ha extinguido enteramente el dicho mal y hoy se halla esta dicha villa y sus vecinos sana y sin enfermos de peligro. Y los contagiados y fallecidos vivían todos en la dicha calle del Cerro y mandaron cerrar sus casas y hacer separación de todas las personas que habían quedado de todas las dichas familias infectas y las que la habían asistido, y las enviaron a una ermita fuera de esta villa, y los que habían tenido comunicación con ellos en otra ermita, y de estas personas separadas no se han muerto ni enfermado ninguna”.

La consecuencia más notable de este episodio para Torremilano fue la del nombramiento de San Roque como patrón de la localidad y su famoso voto, el 26 de junio inmediato siguiente. También es la única documentación hasta ahora conocida que recoge noticias directas y contemporáneas de víctimas individualizadas e identificadas de la peste en los Pedroches, emitidas por personas de autoridad como eran el corregidor, alcaldes ordinarios y profesionales de la salud como el médico y el cirujano de la villa; las noticias que existen sobre el contagio de Alcaracejos proceden de dos siglos después y sólo cuentan con el respaldo de la tradición.

La epidemia de 1680 y años posteriores fue menos grave y se contaba, además, con la experiencia padecida una treintena de años antes.

En 1680, el 3 de agosto, Juan Fernández del Olmo pretendía introducir una carga de género textil procedente de Sevilla por la puerta establecida como punto de control junto a la ermita de San Roque. En las diligencias judiciales viene el trayecto de viaje tanto de ida como de vuelta. Fue confinado en la ermita de San Sebastián y conminado a seguir la cuarentena bajo pena de 100 ducados y dos años de presidio.

En 1681, otro vecino de Torremilano, Gabriel González ingresó en la cárcel por negarse a hacer la guardia que le había correspondido en la puerta de control sita junto a la ermita de San Bartolomé.

Y en 1682 es apresado en el mesón de la plaza Juan Lozano, un arriero vecino de Alcaudete y residente en Priego, por introducir y vender en la villa vino, manzanas y otras frutas, productos sospechosos de proceder de zona contaminada (Alcaudete era una villa infectada).

Estos documentos procedentes del archivo histórico municipal, además de proporcionar numerosos detalles sobre las medidas de prevención y el cordón sanitario establecido en todas las villas de la comarca, han proporcionado una imagen interesantísima: los viajeros tenían que llevar consigo una especie de pasaporte o salvoconducto, sellado por las autoridades en cada población por la que pasaban, indicando que estaban libres de la peste. Gracias a ello tenemos la muestra más antigua del escudo y sello oficial de Torremilano conocido hasta ahora.